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El triunfo de la caridad

Si hubiera que recomendar algunos libros para leer en el Año de la Misericordia, en la lista estaría sin duda esta novela de Benito Pérez Galdós. Ambientada en los barrios pobres del Madrid de finales del siglo XIX, parece un escenario propicio para recuperar al típico pícaro que engaña y maquina con su miseria para su propio beneficio, sin embargo, la protagonista de esta novela, Benigna, nos muestra un ejemplo de vida pobre que está en las antípodas de la picaresca.

Benina es una mujer anciana (60 años en la España de esa época) que vive en una situación de miseria, luchando por conseguir algo de dinero para la siguiente comida, como otros muchos pobres del Madrid de la época. La diferencia es que ha hecho de su vida un empeño en ayudar a los que les rodean, especialmente a los que más lo necesitan. Al contrario que sus compañeros de infortunio, no hay en su corazón odios de clase, ni deseo de venganza, ni resentimientos por ofensas o insultos, pero esta extraña virtud pasa aparentemente desapercibida bajo una absoluta discreción. Ella sufre como todos, o incluso algo más, porque une a sus sufrimientos los de otros que la rodean; pasa hambre como todos, pero reparte su comida con los que también la necesitan; es tenida por ladrona por administrar el poco dinero mejor que su señora y por delincuente por pedir limosna para que puedan comer en casa. Para los ojos del mundo ella es vieja, fea y despreciable, solo un ciego y un loco reconocen su belleza, porque la ven de otra manera, con una mirada diferente.

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En los personajes y la acción queda manifiesto que la pobreza no es simplemente la falta de dinero. No faltan ejemplos de personajes con recursos que acaban en la absoluta miseria por razones más relacionadas con su incapacidad de gobernarse que con los avatares de los vaivenes económicos. El problema está en las mismas personas que solo se levantarán con un trato personal. Necesitan cariño y comprensión para poder recuperarse y hacer mínimamente útil cualquier ayuda. Pero, aun así, la reacción del miserable suele ser violenta y rencorosa y la mano que se tiende para ayudarle recibe muchas veces el reproche y el insulto, es entonces cuando solo cabe una respuesta: la misericordia.

Estos personajes de Galdós ya no son los testigos del acontecer histórico, sea del pasado o del presente, ahora son ellos mismos los protagonistas de otra historia sorda que va moviendo el destino de personas concretas embarcadas en vidas anónimas.

Benina no es una mujer piadosa, pero tiene un sentido profundamente religioso: «… Dios me ha puesto en el mundo para que viva, y no para que me deje morir de hambre… …Dios no tan solo ha criado la tierra y el mar, sino que son obra suya mismamente las tiendas de ultramarinos, el Banco de España, las casas donde vivimos y, pongo por caso, los puestos de verdura… Todo es de Dios» (cap. VI). Vive, por tanto, con intensidad la doctrina del destino universal de los bienes, al mismo tiempo que asume su responsabilidad sobre lo que no es suyo: «Yo prometo pagar, y pagaré cuando lo tengamos» (Cap. VI). Ella siente un natural sentido de la justicia y de la caridad, una caridad que abarca a todos: «¿O es que la caridad es una para el caballero de levita, y otra para el pobre desnudo? Yo no lo entiendo así, yo no distingo…» (Cap. XXXVIII). En este personaje Galdós reúne sus aspiraciones liberales de reforma social con el rescate de una tradición espiritual cristiana. La sociedad solo se puede transformar desde la caridad y la libertad de los que están más abajo. Este pensamiento influirá decisivamente en la generación del 98.

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Juliana aparece al final de la obra como un personaje importante, una especie de contrapunto a Benina. Juliana ayuda al pobre pero sin caridad, es una persona de autoridad y orden. Consigue ordenar la casa y complementar a doña Paca con una disciplina que la señora es incapaz de mantener. Sin embargo, Juliana se da cuenta de que, sin la caridad, el fruto de su esfuerzo va a perecer. Temible símbolo con el que Galdós da un toque genial al final del relato y que les dejo un poco oscuro para animar a su lectura. Después de leerlo, piensen en las distintas interpretaciones de esta parte y su aplicación en los momentos actuales.

Finalmente, no puedo dejar de asociar a Benina con una frase del papa Francisco sobre la Misericordia comentando la parábola del “siervo despiadado”: «Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos» (Misericordiae Vultus, 9). Palabras terribles para los que no estamos a la altura.