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Dante AlighieriDante y el deseo.

Dante Alighieri falleció el 14 de septiembre de 1321, por lo que en 2021 se celebra el 700 aniversario de su muerte. Esta efeméride puede ser una buena excusa para leer La divina comedia, uno de esos libros de referencia que debe estar en la biblioteca de cualquier persona culta, también en nuestro siglo XXI. Pero la lectura directa de un texto de hace más de 700 años no es sencilla, las referencias que incluye, los simbolismos y el sentido de algunas palabras pueden resultar difíciles de entender para nosotros, incluso confusas porque ahora no significan lo mismo. El primer problema lo encontramos en el título, hoy en día comedia es una palabra ligada al humor, sin embargo, en la época de Dante, comedia significaba simplemente que tenía un final feliz, a diferencia de la tragedia.

Para salvar esta dificultad, recomendamos acercarse al texto con la ayuda de un experto, yendo de la mano de un especialista que nos descubra las claves, el sentido y la genialidad de un texto clásico. En este caso, vamos a comentar la lectura que hace Franco Nembrini en «Dante, poeta del deseo» (Ediciones Encuentro), que en tres volúmenes repasa las partes más significativas de los tres cantos de la obra: el infierno, el purgatorio y el paraíso.

Franco Nembrini nos propone leer este poema como una confidencia en la que Dante «no tiene una teoría que explicarnos; tiene un camino que proponernos, un drama, el mismo que él ha vivido en primera persona». La razón para ponerse en camino es el deseo, el profundo deseo que empuja desde el fondo de su naturaleza. Así lo explica el propio Dante en su obra El Convite: «El sumo deseo de toda cosa, dado en primer lugar por la misma naturaleza, es el retorno a su principio», y el principio de lo humano es el propio Dios que plasmó su imagen y lo creó a su semejanza.

En el poema de Dante, el camino se inicia en un momento de angustia y confusión, similar al que sufren muchos hombres y mujeres en el momento actual:

«A la mitad del camino de nuestra vida

me encontré en una selva oscura

porque había perdido la buena senda».

Así empieza el camino de Dante, desde la oscuridad a la luz, desde el infierno al paraíso. Un recorrido a través de los deseos, que deben purificarse para recuperar lo más puro de la naturaleza humana, el retorno a su principio, a la amistad con Dios.

Otro punto clave es el de la ayuda recibida. Dante recibe ayuda para emprender su camino. Virgilio, el gran poeta romano le servirá de guía, pero no por propia iniciativa. Él recibió el encargo de la misma Beatriz, que a su vez lo recibió de Santa Lucía, que había recibido la orden de la misma Virgen María. Los temores de Dante se diluyen ante la intercesión del cielo:

«¿Qué ocurre pues? ¿Por qué vacilas?

¿Por qué albergas tanta bajeza en tu corazón?

¿Por qué no te animan el valor y la lealtad,

 

Cuando tres benditas mujeres

se apiadan de ti en el cielo

y mis palabras te prometen tanto bien?»

No quedan excusas para emprender la marcha.

El infierno a evitar

La primera etapa de este camino es la descripción de los errores a evitar. Pero hay que advertir, como apunta Nembrini, que «el hombre, en la concepción moral de Dante, no se encuentra en la encrucijada entre cosas buenas y malas: todas las criaturas son buenas». El error es confundir el atractivo bueno de las cosas con el bien supremo, quedándose con el primero y renunciando al segundo. «El atractivo que sentimos sirve para darnos cuenta de que nuestro corazón está hecho para el infinito». Por eso, si nos quedamos solo con el señuelo, traicionamos el sentido transcendente de lo que nos parece hermoso. «El mal, el pecado, es la traición del deseo».

Por eso en la entrada del infierno encuentra esa contundente leyenda porque el deseo sin transcendencia no deja sitio a la esperanza.

«Vosotros, los que entráis, dejad aquí toda esperanza»

En el camino contempla a los cobardes, que no se atrevieron a apostar la vida a una esperanza:

«Aquellos desventurados, que nunca vivieron de verdad»

A los que no reconocieron o rechazaron la divinidad:

«Vivieron antes del cristianismo

y no adoraron debidamente a Dios.

Yo mismo soy uno de ellos [lo dice Virgilio]

 

Por esa falta, y no por otra culpa,

Nos hemos perdido y nuestro castigo

Es un deseo sin esperanza»

A los que amaron despreciando la razón. Para Dante, el amor verdadero está regido por la razón, cuando se aparta la razón se traiciona el deseo. Una borrasca implacable, que no cesa nunca, los hace girar golpeando sus cuerpos contra las paredes.

«Oí decir que a tales suplicios

estaban condenados los pecadores carnales,

que someten la razón a la pasión.»

También se encuentra con los orgullosos como Ulises, que quiso alcanzar la salvación con sus propias fuerzas y descubrió que sin humildad no se puede encontrar el camino.

Y finalmente se encuentra con los traidores, ya en lo más profundo del infierno, donde el fuego ha dejado paso al hielo, conoce al conde Ugolino y el arzobispo Ruggieri, que como efecto de la traición acaban devorándose entre ellos. Y, por último, al propio Lucifer, el traidor por excelencia que devoraba a otros traidores, como Judas, Bruto y Casio.

 

El purgatorio a adelantar

Si el Infierno nos mostraba los deseos y comportamientos que debemos evitar, el purgatorio nos ofrece las actitudes que debemos adelantar, porque en esta vida tenemos la oportunidad de ganar el perdón de nuestras faltas con muchas más facilidades. Como apunta Nembrini, «El Purgatorio es el canto del perdón, del pecado que alcanza el perdón; de nuestra debilidad, de la magnitud de nuestras heridas que piden ser perdonadas». Y poco más adelante: «la finalidad del purgatorio es que el hombre participe de la naturaleza de Dios». Pero esa finalidad es también la de nuestra vida: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). Por lo tanto, el canto del purgatorio habla de nuestra vida, de nuestro presente.

«Y cantaré de aquel segundo reino

donde se purifica el espíritu humano

para hacerse digno de subir al cielo.»

El canto hace un recorrido a través de los siete pecados capitales como oportunidades para purificar nuestro deseo: soberbia, envidia e ira, en los que nuestro deseo se equivoca de objeto, la pereza, en la que nuestro deseo está falto de fuerza y avaricia, gula y lujuria, en los que, al contrario, hay un exceso de vigor.

La clave para este camino es la humildad y el deseo de libertad. Porque purificar el deseo es conquistar la libertad.

Sus primeros encuentros son con personajes rescatados al momento de la muerte por la misericordia de Dios, luego encuentra a los coléricos e irascibles, que viven en la oscuridad mientras deshacen el nudo de la ira. Así va avanzando hacia arriba, acercándose a la puerta del paraíso.

En todo momento va dejando claro que la causa del pecado es nuestra libertad, sean cuales sean las circunstancias, siempre nos queda la obligación de elegir.

«El cielo inicia vuestros movimientos,

 no digo todos; pero, aunque lo dijese,

luz se os ha dado par distinguir el bien del mal.»

Tras atravesar la última parte del purgatorio, la terraza de los lujuriosos, Dante llega al último paso de purgatorio, donde se le reconoce dueño de sí mismo, un hombre libre:

«Por lo cual, yo,

considerándote dueño de ti,

te otorgo corona y mitra».

Le abandona Virgilio y su amada Beatriz le toma bajo su guía. Solo le queda a Dante un paso más, reconocer su mal, sus pecados, sus deseos equivocados… y experimentar el dolor que le purifica. Beatriz le reprocha sus faltas y el dolor de Dante le lleva a desfallecer. Se recupera «purificado y dispuesto a subir a las estrellas».

 

El paraíso a disfrutar

 El paraíso de Dante es una visión de la vida eterna, sin duda, pero es también una visión de la realidad divina que podemos disfrutar ya desde ahora, por la fe, la esperanza y la caridad. El paraíso está ya a nuestro alcance:

«La gloria de Aquel que todo lo mueve

se extiende por el universo y resplandece

en unas partes más y menos en otras».

Porque la misma naturaleza nos habla de Dios, especialmente la naturaleza del ser humano, y la Iglesia como esposa de Cristo.

Se encuentra con Santo Tomás de Aquino, que hace un elogio de Francisco de Asís y critica duramente los desvíos de su propia orden. Luego aparece San Buenaventura, que ensalza la figura de Santo Domingo y censura los desvíos de su orden franciscana.

San Pedro interroga a Dante por su fe, que le permite reconocer a Dios desde su vida mortal:

«Y yo respondo: Creo en un Dios único y eterno,

que mueve todo el cielo sin que a Él lo mueva nadie,

con amor y con deseo».

Después, Santiago le interroga sobre la virtud de la esperanza, certeza terrena de la gloria que ahora contempla, y San Juan sobre la virtud de la caridad, que nos mueve a amar al mismo Dios y a todas las cosas que él ama.

«Pero dime si sientes otros lazos atraerte hacia Él,

de modo que declares

con cuantos dientes te muerde este amor.

(…)

Las ramas de que se adorna todo el huerto del eterno hortelano

las amo yo tanto

cuanto es el bien que Él les comunica.»

Así se revela todo el recorrido de la Divina Comedia como una historia de amor. Beatriz, el amor de Dante, le lleva a contemplar el amor de Dios y para eso le hace recorrer el amor de los hombres (aceptando o rechazando el amor con que Dios les regala).

Por eso, al final del recorrido Dante puede contemplar el corazón de Dios, y en él ve todo lo creado ligado en un movimiento que nace del amor divino. Ese deseo que brota de Dios y que se contagia a todos los hombres y a todo el universo.

«…el amor que mueve el sol y las demás estrellas.»