De la conferencia pronunciada por el cardenal Paul Poupard, presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, en la Fundación Universitaria Española (Madrid, 28-5-2001)

ppoupard

Se ha escrito que la crisis que padecemos en nuestro tiempo no es una crisis de fe, sino una crisis cultural. Es necesario por ello un compromiso valiente, creativo y decidido en el campo de la cultura. Por razones que seria largo de enumerar ahora, ha habido una deserción de los católicos del campo de la cultura, del arte y de la creación literaria, abandonándolos a posiciones y modelos antropológicos deficientes. La Iglesia en Europa, y España no constituye una excepción, ha conocido un «desfondamiento intelectual» como no padecía desde hace tiempo, y se encuentra desprovista de figuras capaces de ofrecer una respuesta cultural alternativa. No se trata de encerrarse en una cultura de ghetto, cerrada u hostil a la cultura ambiente, sino de asumir con decisión la cultura de nuestro tiempo para transformarla desde dentro, siguiendo el ejemplo de los Padres de la Iglesia. No se trata de crear centros de cultura católica, sino de centros católicos de cultura.

Para ello, es necesaria la labor de centros de cultura, que a través de una acción capilar, abierta a todas las realidades de la cultura humana, ofrezca una propuesta diversa. (..) Necesitamos crear una red de centros de cultura, ágiles, dinámicos, creativos, cuya preocupación constante sea la búsqueda del diálogo entre la fe y la cultura, la promoción de la cultura inspirada por los valores cristianos, la investigación científica, la formación. Son una especie de avanzadilla intelectual de la Iglesia.

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El Consejo Pontificio de la Cultura está comprometido en la creación de redes de centros culturales católicos que hasta ahora se ha revelado una apuesta innovadora y eficaz en el campo de la cultura. Hace apenas una semana he regresado de Bucarest donde hemos celebrado un encuentro de responsables de centros culturales para Europa centrooriental en el que han participado centros de 22 países. El mes pasado, el encuentro de Fatka, en el Libano, ha reunido a los directores y responsables de los centros de mediterráneo y Oriente Medio. No pocas veces, estos centros constituyen la única forma de presencia cristiana en medio de una sociedad mayoritariamente musulmana.

Se trata de comenzar con medios modestos, sin caer de nuevo en la tentación de confiar en grandes estructuras dotadas de presupuestos millonarios. Pocas personas, contagiadas de entusiasmo evangelizador, lo que Jacques Maritain llamaba «minorías proféticas de choque», son capaces de difundir con eficacia un nuevo estilo de vida. Hay que empezar reconstruyendo desde la base, rehaciendo un tejido social y cultural. Una pequeña comunidad que se haga visible con su vida, no sólocon las actividades del centro.