Reseña de «La biblioteca en el oasis» de Juan Manuel de Prada
La lectura de La biblioteca en el oasis, de Juan Manuel de Prada, me ha recordado el inicio de este blog. La idea surgió de la coincidencia de dos lecturas. En primer lugar, de un discurso del cardenal Paul Poupard, entonces presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, en la Fundación Universitaria Española en 2001. En este texto, el cardenal Poupard invitaba a promover una mirada cristiana sobre la cultura, creando centros católicos de cultura, en contraposición con la creación de cultura católica, porque solo desde el diálogo de la fe con la cultura actual se puede crear una cultura inspirada en valores cristianos. La segunda fue el libro La verdad de las mentiras, de Mario Vargas Llosa, en la que el autor publica una colección de reseñas de libros que han marcado su experiencia de lector. De esas lecturas surgió la idea de publicar una serie de reseñas de mis propias lecturas, algunas seleccionadas a partir de la lista que propone Vargas Llosa a las que fui añadiendo muchas más. Así nació este blog.
Ahora, unos años después, me encuentro con otro libro de reseñas, esta vez desde una mirada católica, la de Juan Manuel de Prada, que recoge comentarios sobre sus libros preferidos. La perspectiva de Vargas Llosa es muy diferente a la de de Prada. Para el primero, la literatura era un ejercicio de evasión de la repugnante realidad hacia el mundo de la agradable fantasía; para el segundo, la literatura es una herramienta para descubrir la fascinante realidad escondida tras la triste apariencia de la experiencia mundana. Una diferencia radical en la que estoy plenamente de acuerdo con la visión de de Prada.
Sin embargo, la propuesta de Juan Manuel de Prada va más allá. Desde su punto de vista creativo, para que el retrato de la realidad en la literatura sea veraz, para que se descubra su autenticidad, debe llevar al lector a su vertiente más escabrosa y perturbadora. Cita al respecto al Flannery O’Connor que pide al escritor católico que «se adentre en un territorio que es en gran medida propiedad el Enemigo». Como apunta el mismo de Prada en la introducción, «esas vidas conflictivas y dramáticas pueden ayudarnos a entender la imperfecta naturaleza humana y el valor vertiginoso de la Redención; porque asomándonos al abismo de esas vidas, podremos entender mejor la misericordia divina, el profundo amor que Dios nos mostró, inmolándose también por nosotros».
En la selección de autores y títulos encontramos una gran variedad, pero también quedan claras algunas preferencias singulares, especialmente Chesterton, con ocho libros reseñados, después Benson y Castellani, con cuatro títulos cada uno, Lewis, Newman y Bloy con dos, hasta contemplar la lista de 36 autores que se reparten el resto hasta los 60 títulos reseñados.
También queda claro el gusto del reseñador por los autores provocadores, trasgresores y, de alguna manera, heterodoxos para el pensar del común de los lectores. Así comenta sobre Leonardo Castellani que «empuña el látigo de un Bloy o un Belloc, y a la vez la varita mágica de un Chesterton». En el contexto se entiende que lo de «varita mágica» no es exactamente un diminutivo ni un término opuesto al látigo, sino simplemente otra forma de sacudir al lector. Sorprende gratamente la elección de un título como Un árbol crece en Brooklyn, que está en las antípodas del estilo provocador que abunda en la colección de reseñas.
Juan Manuel de Prada es un gran polemista y disfruta zarandeando de vez en cuando al lector, para que no relaje su atención y para provocar sus reacciones, llegando a veces a traspasar la línea que separa el diálogo discrepante de la discusión descalificante. Este aspecto hace incómoda a veces la lectura de Juan Manuel de Prada por su querencia por el insulto superfluo, que no aporta nada a su argumento. Entre el diálogo y la batalla retórica matiz importante, el primero busca entender al otro y que nos entienda a nosotros, con la confianza de que solo tras entendernos podremos convencerle, la segunda, procura derrotarle lo más rotundamente posible. Muchas expresiones de de Prada parecen más inclinadas a humillar al discrepante que a iluminar su posición, más enfocadas a jalear a los afines que a convencer a los ajenos. Uno puede estar equivocado, ser mediocre e incluso estar ciego ante algunas realidades rotundas, sin necesidad de ser, como él dice, idiota, mezquino, gazmoñero, sensiblero o cretino.
En ese mismo sentido, algunos juicios rotundos vertidos en las reseñas no pueden ser tomados sino como opiniones del autor que contradicen la doctrina actual de la Iglesia Católica. En ese sentido no puedo estar de acuerdo con él en la descalificación global del liberalismo en todas sus manifestaciones (comentando Ortodoxia), ni en su reprobación a la libertad religiosa (comentando Cuatro sermones sobre el Anticristo), si son tan sinceras como parecen.
Otro aspecto que me llama la atención, y esto es una opinión muy personal, es que creo que la influencia de Chesterton, y otros pensadores católicos a caballo entre los siglos XIX y XX, en Juan Manuel de Prada y un buen grupo de intelectuales católicos actuales, puede dificultar un correcto análisis de la situación actual, que es muy diferente a la que vivieron aquellos autores, y la elaboración de una respuesta adecuada al momento presente. La modernidad que promovía el liberalismo filosófico defendía un racionalismo materialista. Ante esa forma de pensar, Chesterton y compañía proponían un brillante racionalismo transcendente, que obligaba, con ingenio y contundencia, a romper las barreras materialistas del pensamiento entonces dominante, obligando a sus interlocutores a pensar más allá de los límites de la apariencia material. Sin embargo, ahora vivimos en la postmodernidad, que ha abandonado el racionalismo (no el materialismo) a cambio de una irracionalidad emotiva, donde el pensamiento se ha sustituido por el deseo irreflexivo que se convierte en el motor y la norma de comportamiento (sea en la sociedad de consumo o en la conquista de derechos identitarios).
Alimentarse con los textos de estos pensadores es un extraordinario ejercicio de entrenamiento y de desarrollo personal, pero no es suficiente para afrontar los nuevos retos con que se enfrenta el hombre postmoderno: superar el deseo instintivo por el deseo realmente humano, que incluye la racionalidad y la transcendencia. No cometamos el error de dar una respuesta acertada pero que corresponde a una pregunta diferente. Ellos se enfrentaron a un sujeto pensante que restringía el alcance de su pensamiento, nosotros nos enfrentamos a un sujeto que no sabe pensar, solo desear, y el ingenio y la rotundidad de estos autores le parece un juego de palabras. Sin duda, la literatura y el arte son herramientas poderosas para reconducir la mala experiencia de deseo que bloquea a muchos de nuestros contemporáneos.
En resumen, una lista interesante de libros, con comentarios iluminadores, muy personales del autor de la colección, que merece la pena leer con atención, perspectiva y con espíritu crítico. Sin duda, lo haremos con algunos de los títulos propuestos en próximas entradas de este blog, como algunos que ya han sido reseñados aquí.