El pacifismo cristiano
Escribo estas líneas desde el convencimiento de que la guerra es una experiencia terrible, un veneno mortal que se genera al mezclarse dos ingredientes en suficiente cantidad. Estos ingredientes fatídicos son la injusticia y el odio. Por tanto, la mejor forma de acabar con la guerra es reducir la injusticia de la sociedad en que vivimos y eliminar el odio de lo profundo de los corazones. Eso busca el pacifismo critiano.
Muchas son las iniciativas que tratan de luchar contra la injusticia. Qué gran lema era aquel de Manos Unidas que declaraba que las injusticias de hoy son las guerras de mañana. Una gran verdad que si moviera suficientemente nuestros corazones podría evitar muchos conflictos armados. Incluso, cuando ya se ha desatado una guerra, muchos tratan de ayudar a las víctimas enviando alimentos, mantas, medicinas… que es otra forma de reducir la injusticia y sofocar, de alguna manera, las llamas de la violencia. La mayoría de estas iniciativas, sean gubernamentales o no, son dignas de aprecio y apoyo porque la injusticia no es un concepto abstracto, sino que se concreta en necesidades precisas que es necesario atender y en sufrimiento personal que es imprescindible compartir y paliar, en la mayor medida posible. Y es posible mucho más.
Sin embargo, son muy pocas las iniciativas que tienen como principal objetivo eliminar el odio de los corazones. Una de ellas es la que recuerda el colaborador de Radio Santa María de Toledo, Gerardo López Laguna, en el libro «Dios en Sarajevo», publicado recientemente por el sello toledano Ediciones Trébedes.
En este libro, Gerardo nos relata, en primera persona, su experiencia en Sarajevo en 1992 y 1993. En aquellos días participó en una iniciativa audaz: un ejército desarmado que se interpusiera entre los contendientes de la guerra como un gran gesto de amor. Mientras la población de la ciudad bosnia, mayoritariamente musulmana, sufría la tortura del aislamiento y la escasez, los bombardeos de mortero y la plaga de los francotiradores, en Italia se organiza una marcha a finales de 1992 y se prepara otra masiva para 1993. Gerardo participa en la primera marcha y ayuda en la organización de la segunda desde el mismo Sarajevo. Los detalles de estas dos iniciativas se relatan en el libro desde la vivencia personal del autor.
Pero lo más importante de este libro no son los hechos históricos, ni el acontecer de una trama, sino el testimonio de amor personal, de reconocimiento en el rostro de hombres, mujeres, niños y ancianos golpeados por el sordo mazazo de la guerra, de personas infinitamente amadas por Dios, que están reclamando de nosotros que les manifestemos ese amor que los avatares de la guerra les niegan. El libro se alimenta por momentos del diario del autor, de su diálogo interior con Dios que hace una lectura creyente de los acontecimientos de cada día.
Es este un libro que nos zarandea, nos interpela y nos impulsa, nos interroga y nos responde. Dios es amor para todos los hombres, especialmente para los que sufren. Por eso, a Dios se le encuentra donde se ama, porque ese amor es regalo suyo. Amando a los que sufren, sean quienes sean, Dios se hace presente, sea aquí, en la aparente paz de Toledo o en una calle de Sarajevo durante la guerra. la terrible guerra de Sarajevo.
¿Es posible parar una guerra mediante un gran gesto de amor? ¿Podría una multitud desarmada interponerse entre los contendientes de una guerra? Tonino Bello, obispo de Molfetta (Italia), lanzó este reto y provocó dos marchas pacíficas a Sarajevo para acabar con la guerra que la estaba destruyendo. Gerardo López Laguna fue en la primera marcha y participó en la organización de la segunda desde el mismo Sarajevo. Su testimonio es impactante. El peligro era grande. Los continuos tiroteos, la amenaza de los francotiradores y los disparos de mortero interrumpían continuamente la vida de la ciudad semidestruída. Uno de los voluntarios cayó abatido por los disparos. El riesgo de morir era continuo, pero ¿no nos había redimido Cristo de esta manera, dando la vida por nosotros? Si Dios nos ama así, ¿por qué no hacer nosotros lo mismo con los demás si contamos con su fuerza?
El pacifismo cristiano, que inspira esta aventura, apoya su práctica en una vivencia profunda de fe y el ejemplo de Cristo. En su desarrollo destacan dos aspectos principales: la búsqueda de un trato personal con los que sufren y la apuesta firme por la no violencia como herramienta de cambio de la situación. El libro, a través de las experiencias que nos va describiendo el autor, manifiesta continuamente estas dos facetas. Porque si Dios ama a cada persona de forma única, no cabe otra forma de tratar dignamente a las personas que de esta misma manera. Hoy día, en que la eficacia parece un valor superior a lo personal, contrastan estas actitudes contracorriente, que recuerdan a aquel comentario de Teresa de Calcuta cuando le preguntaron cómo había conseguido ayudar a tantas personas necesitadas a lo largo de su vida, y ella contestó: «Uno a uno». La opción por la no violencia arranca de un presupuesto similar, porque el testimonio de la no violencia interpela personalmente los corazones, y solo por esa vía se puede cambiar a los violentos, que también tienen corazón y necesidad de ser amados. Nace del convencimiento de que en el momento en que los violentos se sientan personalmente amados, abandonarán la violencia.
Ambos principios de actuación chocan con nuestra mentalidad moderna, educada en la eficacia y la prisa, en los mercados y el consumo masivos. Es por eso que la lectura de este libro nos interpela, no tanto por los horrores de una guerra, que también nos estremecen, sino por la actitud que quiere arrancar de nosotros de cercanía con los que sufren ese horror, victimas y verdugos, y el deseo de que todos nos descubramos como hermanos compartiendo un destino común, donde la única actitud adecuada es la fraternidad.
El lector queda con la impresión de haber tomado una bebida fuerte, con la mezcla de sensaciones del buen sabor y de un impacto amargo. La guerra no es agradable de ver, pero en los hombres y mujeres que sufren en ellas reconocemos algo que es parte de nosotros, parte de nosotros mismos, la humanidad sufriente. Por eso, al leer este relato nos queda el agrado de reconocer a alguien, tal vez temporalmente olvidado, que nos alegra recordar.
(Dos extractos de este artículo fueron publicados en El Padre Nuestro de Toledo en septiembre de 2010 y El Cultural de ABC en Castilla La Mancha en octubre del mismo año)