«Retorno de un cruzado» nos cuenta los relatos de Pedro Manuel Martín Lodares a sus sobrinos, desde su regreso de la Guerra Civil hasta su muerte, pocos años después. Escrita en una prosa fluida, al estilo teresiano, como un caudal imparable de pensamiento que parece renovarse al saltar de roca en roca, su lectura se vuelve intensa, sin permitir distracciones al lector, pero sin agotarle en el detalle. El propio narrador, hablando de uno de los personajes, describe este fluir de la narración como «una confidencia larga o un soliloquio inacabable, en largos comentarios como sábanas grandes que extendiese en un pradillo o colgase de una cuerda para que se secasen y llenar el mundo de blancor».
El autor
José Jiménez Lozano (1930-2020), escritor y periodista, Premio Nacional de las Letras Españolas en 1992, Premio de la Crítica en 1998 y premio Cervantes en 2002. Con una amplia producción literaria, autor de novela, cuento, poesía, ensayos, diarios y, sobre todo, artículos periodísticos, publica «El retorno de un cruzado» en 2013. Vivió la Guerra Civil española siendo niño, en Madrid y en su pueblo abulense, y la dura post-guerra llena de odios, sufrimiento, penalidades y violencia, lo que le da un valor especial a este relato.
Fue un hombre profundamente religioso, católico culto y preocupado por el creciente emotivismo que destruye las bases racionales de la fe y del pensamiento occidental en general. Sus últimos años estuvieron marcados por cierto pesimismo en su obra, rechazando el efecto devastador de la modernidad en la cultura occidental. Este sentimiento también se refleja el título obra que nos ocupa.
Memoria de la guerra
El sobrino de Pedro Lodares toma el papel de narrador recogiendo las confidencias que su tío les hacía a él y a su hermana, siendo ellos aún niños.
El tío Pedro se siente como un cruzado que ha regresado de su aventura y descubre que, según sus propias palabras, «ya no es mi tiempo». En la guerra había sido testigo de un drama profundo. Consternado, cuenta a los niños su encuentro con el Ángel de la Historia, que lloraba desconsolado porque «se había roto el eje del mundo y no podía arreglarse».
Lodares había sido testigo del odio fratricida de una guerra. Así lo cuenta su sobrino: «De él, de tío Pedro, se oyó un día que le habían declarado enemigo del pueblo, porque entonces había muchos enemigos de todo y de todos, que se llamaban enemigos del pueblo o de la paz o de la patria…». Durante aquellos años, la fuerza sustituyó a la razón, como le explica al barbero miliciano: «la navaja es una última razón que convence a cualquiera»; o en el resumen que hace a los niños: «todos los españoles barberos somos y con la navaja en la mano razonamos».
Otro apunte interesante del ambiente de preguerra y que puede resultarnos especialmente actual es este: «la gente se estaba haciendo como de vidrio o de cristal, y cualquier cosita la rayaba y ofendía», y poco después, dirigiéndose a los pequeños: «veo que vuestro colegio va a llamarse, cualquier día, Colegio de San Rousseau, y entonces os van a envolver en tantas dosis de bondad más falsa que Judas que os volveréis imbéciles, o acabaréis rezumando un odio reconcomido contra medio mundo».
Llegados a este punto el lector empieza a pensar que quizá no estemos hablando solo de la guerra del 36, quizá de batallas más actuales. «Para echar a los demonios de allí, de la enseñanza, se necesitan no una ni dos Cruzadas, sino ayuno y exorcismos». «Había que hacerles el exorcismo del silencio», porque su locuacidad es diabólica.
Las otras guerras
Tras la guerra española, Pedro Lodares va a la cárcel y luego a luchar a Rusia, una nueva experiencia de muerte. Cuenta que allí conoció a aquel moribundo que rezaba para que el Cristo de su icono no se durmiera y dejara de cuidarle hasta el día de la resurrección. Por eso les pide a sus sobrinos que recen, para que el Cristo no se quede dormido.
Con la paz, una nueva amenaza ha reemplazado a la guerra: la falta de esperanza. «Ya tienen la ciencia y las piscinas (…). España y el mundo entero se llenarán de piscinas y de playas». La ciencia nos previene de la muerte, las piscinas del aburrimiento.
Esta es la cruzada, él no fue a luchar por ningún bando de la guerra, sino contra la modernidad y la falta de esperanza que empezaba a invadir la vida cotidiana y que él sentía como algo extraño, impuesto, porque «¿de qué se iba a ir uno a una Cruzada sin o fuera extraño y raro?». Para explicar esto, la narración recorre la juventud de Pedro en Oleza, lugar simbólico del hogar perdido convertido en frente de la batalla.
Así se perfilan las tres guerras de Lodares (primero contra el alzamiento nacional, luego contra el comunismo y finalmente contra el mundo): «…estuvo en las Dos Causas, primero en una y luego en la otra, aunque no era de ninguna de las dos, sino sólo de su Cruzada propia contra el siglo de ahora, y también de las Cruzadas de otros siglos».
Pero no es una lucha desesperanzada, porque «un día llegará, sin darnos cuenta, lo que esperamos, aunque parezca que se ha ido».
El mundo se ha roto, no tiene solución, pero si Dios pone su mano encima todo se arreglará: «—¿Y qué vamos a esperar de una rueda que se ha salido de eje, o éste se ha roto? Pues que dé vueltas a lo tonto y a lo loco ¿no? Lo lógico. Aunque luego, a lo mejor, después de un rato pequeño, si veía que nos dejaba a todos tristes o como no entendiendo del todo lo que había dicho, aunque fuesen tía Lisa y mamá mismas, añadía: —A menos que Dios nos oiga y ponga su mano encima, o sostenga la bola del mundo donde estamos. ¡Vosotros tranquilos! Y a nosotros nos parecía muy bonito lo que decía, pero a mamá y tía Lisa debía de parecerlas mucho más, porque daban un gran suspiro. Como si el mundo volviera a encajar en su eje, y nosotros pudiéramos jugar con su esfera como hacíamos tantas veces».
La Cruzada
La vida es lucha. No vivimos para este mundo, sino contra él. Para Lodares «siempre hay que estar en alguna Cruzada, como ya lo comprobaréis; y de esto sí que no os podrá librar nadie».
Jiménez Lozano deja aquí un profundo anuncio religioso, un reconocimiento al evangelio de San Juan y su visión de la glorificación de Cristo. Nuestra vida solo tiene sentido si se parece a la de Cristo: su glorificación coincide con su muerte en cruz: «Porque los Cruzados verdaderos siempre pierden y, mientras son Cruzados, van siendo crucificados o atados a la cruz». Eso significa la Cruzada.
Pero advierte, hay Cruzados pervertidos, «que se sacaban los ojos entre ellos mismos por los dineros, las mujeres y los imperios, los que, como eran poderosos señores, tenían dineros para comprarlos; y hasta para matarlos luego por diversión, los compraban».
Las Cruzadas no se hacían con ese fin, sino «para rescatar la cruz verdadera aunque fuera bajo tierra y cargar con ella. —¿Y ahora?— se atrevió a añadir mi hermana Lisa. —Pues igual».
El regreso
La nueva Cruzada, la Cruzada contra la modernidad tiene un riesgo adicional, contagia la lepra. Por eso advierte a sus hermanas, que recen por los Cruzados para cuando regresen: «Pues rezad vosotras para que lo sigan siendo cuando vuelvan de la Cruzada de contra el mundo entero, que es la más peligrosa de todas, porque contagia su lepra y contra esta lepra no hay lazaretos que valgan».
El Cruzado que vuelve de esta batalla será rechazado hasta por los suyos, «no era lo peor para los leprosos que tuvieran que vivir apartados de la gente, sino que en las iglesias, aunque fuesen Cruzados, tenían que estar pared por medio de los demás».
El Cruzado trae de regreso la lucha consigo, una lucha interior, de penitente. Ya no vivía en su tiempo, sino en el tiempo de Dios. «Todos los Cruzados verdaderos, si acaso no morían enseguida, caían en un silencio interminable porque no sabían hablar la lengua del siglo en que llegaban, ni podían hacer sus gestos».
Así asimila el autor la vida del Cruzado que ha vuelto a casa con la del cristiano que vive en este mundo sin ser del mundo, que vive en este tiempo sin ser del tiempo. «Nuestro tío Pedro era como un Cruzado antiguo, de los que cuando volvían ya no era su tiempo».
Notas finales
La edición de Ediciones Encuentro (2013) incluye un magnífico comentario final de Guadalupe Arbona donde se explican las influencias en la obra de Flannery O’Connor, Simone Weil, Gabriel Miró (que también habla de Oleza y de su obispo leproso), Joan Sales o Pío Baroja, que iluminan interesantes perspectivas sobre la simbología de la novela.
Finalmente, apuntar la colaboración de José Jiménez Lozano con Ediciones Trébedes. Prologó uno de los libros de esta editorial, «Raíces históricas de san Juan de la Cruz» de Jose Carlos Gómez-Menor, con quien compartía una gran amistad y un amor especial por los místicos españoles y la historia del siglo XVI.