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A. Huxley

Puede sorprender que traigamos a Aldous Huxley, como autor de Un mundo feliz, a un blog de literatura cristiana. Ciertamente, ni la obra reseñada, ni el pensamiento del autor están en sintonía directa con la fe cristiana. Huxley fue un hombre que valoraba la religión como un mecanismo necesario para el porvenir de una sociedad, una religión de valores y de sentidos transcendentes que permiten enfrentar el sufrimiento, pero descartaba una religión de amor como es el cristianismo. Es significativo que en el libro iguale a Jesucristo con el águila Pukong, porque para Huxley la religión tiene su valor por sí misma, independientemente del contenido de su revelación o su mística, cuestión que le resulta indiferente.

Huxley escribió esta obra para imaginar el futuro en una versión no deseable, distópica, sin embargo, el futuro de entonces ha sido alcanzado por el presente y eso la convierte en una novela cada vez más inquietante. La mayoría de los conflictos dibujados imaginativamente en 1932 pensando en la sociedad del año 632 después de Ford están actualmente abiertos en nuestra cultura occidental, y es precisamente el pensamiento cristiano uno de los pocos baluartes que se resisten a ser arrastrados por esa cultura de felicidad y placer obligatorios que denuncia Un mundo feliz.

Por eso pensamos que era oportuno incluir una reseña de este libro en este blog, por los paralelismos entre las amenazas denunciadas por Huxley en su relato y las realidades de la cultura materialista que nos invade. Como suele ser habitual, la realidad supera la ficción.

La naturaleza y la ciencia, la vida y la muerte

El mundo artificial en el que se desarrolla la acción de la novela se enorgullece de haber superado a la naturaleza, haberla dejado atrás. Las autoridades utilizan la ciencia para crear seres humanos limitados, ajustados a su función social, sin familia, sin libertad, sin incertidumbre, que, como afirma Mr. Foster en las primeras páginas, les permite “dejar de imitar servilmente la naturaleza para adentrarnos en el mundo mucho más interesante de la invención humana”.

La industrialización de los nacimientos, la prolongación artificial de la juventud, la desaparición total de la familia… son algunas cosas que sonaban distópicas en 1932 y que hoy forman parte de la ambición científica y de la agenda política. El control sobre el inicio y el final de la vida, el condicionamiento del deseo y la ocultación de la muerte que describe Huxley se quedan cortos frente a las actuales propuestas del transhumanismo, que pregona la muerte de la muerte, o la manipulación genética y la reproducción selectiva, que prometen hijos a la carta.

La muerte también tiene su hueco en el sistema de felicidad obligatoria que describe Un mundo feliz. La juventud se prolonga artificialmente hasta que es insostenible, entonces se pasa a un rápido trámite de ancianidad acelerado con el soma y que finaliza con la cremación industrial, para recuperar el fósforo (“más de kilo y medio por cada cadáver adulto”). La industrialización de la muerte debe responder a criterios de eficiencia. También nos vamos acercando a esto a pasos agigantados.

La sexualidad y el soma

En la novela, la procreación ha sido totalmente mecanizada fuera del seno materno, las relaciones estables están prohibidas y la sexualidad es únicamente un mecanismo de diversión con un implacable sistema de medidas anticonceptivas y el aborto como garantía si algo de lo anterior falla. El propio Huxley, comentando su obra, señaló respecto a esa primacía de lo sexual que “a medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar”. Reflexión nuevamente inquietante cuando volvemos la mirada a nuestra sociedad actual. ¿Qué libertades se nos están sustrayendo a cambio de la sexualidad sin límites?

Otra escena escalofriante es cuando un niño de unos siete años es reprendido por evitar un juego erótico. “Vamos a ver al superintendente ayudante de psicología, no vaya a ser que presente algún tipo de anormalidad”, explica la enfermera. No me negarán ciertos paralelismos con algunos talleres muy promocionados actualmente en el mundo educativo.

Pero si la sexualidad no lograra apaciguar los deseos e inquietudes de las personas, aun queda el soma, esa droga limpia y aséptica que duerme cualquier tipo de rebeldía, malestar o ambición, “eufórica, narcótica, agradablemente alucinante… Todas las ventajas del cristianismo y del alcohol, y ninguno de sus inconvenientes”. Nosotros aun no tenemos el soma, nuestras drogas no son ni asépticas ni limpias, el alcohol, el tabaco y la cocaína son las drogas más consumidas actualmente, aunque ahora se empieza a legalizar la Marihuana (terapeútica) como candidata para a ser el nuevo soma.

La felicidad homogénea

El núcleo de la sociedad Fordiana es la felicidad. Los ciudadanos felices se dejan manipular si con eso conservan su estado beatífico. Todo lo anterior está destinado a esto. Pero lo humano se cuela por los resquicios y algunos individuos se revelan.

Bernard aspira a algo diferente, intenta explicárselo a Lenina: “Pero, ¿no te gustaría tener la libertad de ser feliz… de otra manera? A tu modo, por ejemplo; no a la manera de todos”. Pero ella no le comprende, porque ella está atrapada en esa misma jaula de barrotes dorados.

El propio Huxley define en el prólogo que la sociedad de Un mundo feliz es un estado totalitario. “Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejercito de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre”. Hoy hablamos de la dictadura de lo políticamente correcto.

El interventor lo resume con contundencia: “La gente es feliz; tiene lo que desea y nunca desea lo que no puede obtener. Está a gusto, a salvo, nunca está enferma; no teme la muerte; ignora la pasión y la vejez; no hay padres ni madres que estorben; no hay esposas ni hijos ni amores excesivamente fuertes. Nuestros hombres están condicionados de modo que apenas pueden obrar de otro modo que como deben obrar. Y si algo marcha mal, siempre queda el soma.

La salida

No voy a destripar el final del libro. Juzgue el lector si Huxley propone algo realmente útil ante ese panorama o simplemente se recrea en describirlo. Recuerde que el autor no creía en la religión del amor, quizá un acto de amor realmente libre hubiera iluminado el desenlace, sin embargo cierra la historia de una manera muy distinta. Respecto a la situación actual y lo que vaya viniendo, la defensa de la verdad y la libertad son el único camino posible, aunque suponga el destierro, y el amor al ser humano la única respuesta posible.

 

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