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“El principito” de Antoine de Saint-Exupéry

Puede ser un error pensar que El Principito es un libro para niños, al menos en el sentido cronológico. Es más bien un libro para los niños que fuimos y que llevamos dentro, más en sentido espiritual, en el sentido evangélico de “hacerse como niños” (Lc 18, 17).

La historia

El protagonista del libro no es el principito, es el narrador, el piloto con su avión estropeado en medio del desierto. A lo largo del relato, el narrador va rescatando de su olvidada infancia una manera diferente de ver la realidad circundante. El relato de la conversación del principito con el zorro da las claves de esa nueva mirada.

El zorro le revela dos claves de la dimensión espiritual. La primera tiene que ver con las relaciones personales:

–No puedo jugar contigo –dijo el zorro–. No estoy domesticado.

–¿Qué significa domesticar?

–Es una cosa demasiado olvidada –dijo el zorro–. Significa «crear lazos».

Domesticar, crear lazos, se refiere a establecer relaciones personales, donde el tú y el yo son personas únicas e irrepetibles.

Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo…

La dimensión espiritual reclama relaciones personales, no le llenan las relaciones superficiales o funcionales, donde el otro es alguien que hace algo. En las relaciones personales el otro es «alguien único», no importa lo que haga.

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La segunda revelación está llena de misterio:

–Adiós –dijo el zorro–. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

Es toda una declaración de la supremacía de lo espiritual sobre lo material. Lo espiritual es «esencial». No significa que lo material no exista o no sea importante, es que lo espiritual es más importante, y es inmutable. La esencia es lo que permanece a pesar del cambio. Lo material cambia (como la corteza del árbol), lo espiritual permanece.

El corazón es capaz de ver lo esencial, porque descubre lo personal.

–En tu tierra –dijo el principito– los hombres cultivan cinco mil rosas en un mismo jardín… Y no encuentran lo que buscan…

–No lo encuentran… –respondí.

–Y, sin embargo, lo que buscan podría encontrarse en una sola rosa o en un poco de agua…

–Seguramente –respondí.

Y el principito agregó:

–Pero los ojos están ciegos. Es necesario buscar con el corazón.

Otras claves

Charles Moeller, en su comentario sobre Saint-Exupéry en la obra Literatura del siglo XX y cristianismo, nos da una nueva clave interpretativa:

“Ese Principito, al que el mundo moderno ha dejado extraviarse, es nuestra alma…”

“El niño que vive en ese mundo que no es de este mundo, que es más real que lo que llamamos real.”

Con esa clave, la historia de El Principito nos abre nuevas perspectivas. Nuestra alma solo se deja ver en el desierto, en el sufrimiento, en la radical necesidad, cuando nuestra máquina se avería y nos amenaza la muerte. Nos enseña la verdad de las relaciones humanas y ve con los ojos del corazón. Descubre lo esencial que es invisible. Siempre está ahí, dando valor al mundo. Podemos perderla, pero no podemos controlarla.

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Otros autores apuntan a simbolismos diversos en esta obra: la rosa como símbolo de su esposa, el principito como su hermano muerto en la infancia, los baobabs como signo del nacismo, los volcanes como referencia a El Salvador, de donde era su esposa…

El autor

A pesar de que este pequeño relato está lleno de sentido evangélico, Saint-Exupéry no era una persona religiosa sino incrédula. Su familia era aristócrata, de hecho él fue el conde de Saint-Exupéry. Se educó en colegios católicos, pero algunas críticas que hace de la Iglesia demuestran un profundo desconocimiento de la fe, por ejemplo afirmando cosas como: “¿Por qué ha de creerse en la resurrección a base de documentos cuyos autores son desconocidos, ninguno de los cuales vivió mientras vivió Cristo?” (Cita de Los Carnets). Indudablemente estaba mal informado sobre la historicidad de los evangelios y de sus autores.

No fue muy profuso en comunicar sus sentimientos religiosos, la mayor parte de su pensamiento en este sentido nos llegó a través de sus obras. Lo que nos ha llegado es que su vida interior se debatía entre una increencia relativista y una ardiente búsqueda de Dios. En su obra se vislumbra un camino que parte de un dios impersonal como una idea necesaria pero inventada, a una figura personal del nudo que ata, invisiblemente, todos los otros lazos del espíritu.

No hay pasarela de ti al otro sino por el camino de Dios” (Ciudadela)

Pero el último trecho del camino de Saint-Exupéry es un misterio que, por ahora, no podemos desentrañar.

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