Sobre Nudo de víboras, Charles Moeller, en su gran obra Literatura del siglo XX y cristianismo, afirma que “lo que los hombres quieren de este mundo, según Mauriac, es salir de esa soledad en la que están todos, salir de sí mismos, de ese desierto de amor, para encontrar a un ser que los comprenda, que los ame tal como son”. El drama del protagonista de esta obra es, según Moeller, que siente que no ha sido amado y que no podrá serlo nunca. De ahí nace su odio hacia todos y su sensación de estar atrapado. El protagonista de Nudo de víboras es un hombre amargado porque no ha sido capaz de descubrir la experiencia de ser amado y, por lo tanto, se siente incapacitado para amar.
El autor
François Mauriac (1885-1970), premio Nobel de literatura en 1952, es una figura prominente de la Novela Católica francesa, destaca como escritor por el profundo perfil psicológico de sus personajes, sumidos muchas veces en situaciones de marginación o sufrimiento. Hace pocos años se publicó un estudio que desvelaba amores homosexuales en su juventud, en lo que parece una etapa compleja que desembocó en una crisis religiosa que le llevó a profundizar en sus raíces católicas. En 1913, se casó, de su matrimonio nacieron cuatro hijos, y siempre mantuvo, en público y en privado, una fidelidad comprometida con la Iglesia Católica. También fueron públicas sus divergencias políticas con los sectores monárquicos y más conservadores, que le valieron no pocas enemistades con compañeros literatos y en ciertos círculos católicos. En la concesión del premio Nobel, el tribunal destacó su profunda agudeza espiritual y la elaborada intensidad con que ha penetrado, a través de sus novelas, en el drama de la existencia humana.
Como escritor, Mauriac describe la Francia rural, desde dentro de la psicología de sus protagonistas. La familia burguesa, con más sombras que luces, es el escenario de sus relatos, con personajes marginados o con dificultades para amar correctamente a sus semejantes, lo que produce un sinfín de sufrimientos a propios y extraños. El desamor y su desarrollo en el entorno familiar, es el punto común de sus novelas, donde los protagonistas buscan, a tientas muchas veces, un camino de liberación, porque sienten encarcelado su corazón. La fe cristiana aparece, explícitamente en muchos casos, como fe salvadora, porque cuando el individuo se siente amado como es por un Dios misericordioso, empieza a ser capaz de amar a los demás y su prisión se rompe para siempre.
Nudo de víboras
Este libro está escrito en primera persona, como diario del protagonista, un hombre, envejecido en el rencor y la desconfianza hacia su familia, que hace un repaso de su vida al sentir cercana la hora de la muerte.
El lector podrá ir juzgando a este pobre hombre, que se siente odiado por su mujer y por sus hijos, instalado en una especie de prejuicio que contamina toda su percepción.
“Yo soy un hombre al que no se ama”, afirma juzgando su situación como irreversible, agravada, como el mismo afirma, por “la desconfianza del rico que le asusta ser engañado y teme que le exploten”. Su relación con los demás estaba contaminada por esa percepción apriorística en la que todos los demás eran enemigos. Por eso rompe a carcajadas cuando un seminarista que cuidaba de sus hijos le dice: “Es usted muy bueno”.
No voy a dar detalles del desarrollo de la historia, estos artículos son para animar a la lectura, no para su disección, pero les adelanto que la habilidad de Mauriac para describir el recorrido interior de este corazón endurecido es realmente extraordinaria.
El título hace referencia a la experiencia vital del protagonista, que siente su corazón atrapado dentro de un nido de víboras que se enredan como un nudo a su alrededor, impidiendo que nada le llegue y nada salga. Una imagen simbólica que explica muy bien el fondo de la novela.
Conclusiones
El libro encierra una dura crítica a la religiosidad formal, preocupada del cumplimiento y de los ritos, pero vacía de auténtica caridad. Así son muchos de los personajes que se cruzan por el libro, cristianos más preocupados con todas sus fuerzas por su herencia terrenal que por la herencia de los hijos de Dios. Estos cristianos de apariencia están más atentos a las buenas costumbres que a las buenas obras y a las buenas personas. Pero no todos son así, están también los que anteponen la misericordia al juicio, los que miran a la persona más allá de sus obras, los que son capaces de amar incondicionalmente. Ellos son los que dan sentido a los ritos y las costumbres, y los que pueden provocar el milagro de que un corazón cambie.
Esta historia nos previene de los juicios personales y nos ofrece un dramático ejemplo de la cruz que acompaña muchos entornos familiares. Poco sabemos de lo que se mueve en el fondo de un alma humana: su profundo misterio hacia Dios y hacia sí misma.