Una vida, una búsqueda
José Díaz Rincón nos cuenta su trayectoria vital. No se conforma con relatar los hechos de su infancia y juventud, su progresión en la madurez y las circunstancias de su animosa edad, porque sus ochenta y dos años muchos firmaríamos. No se limita con contar qué fue lo que pasó, ni cómo lo vivió. Él va más allá, en un ir más lejos que define en sí mismo lo que quiere contar.
Porque José es un buscador de la verdad. La comprensión de la realidad que se esconde más allá de lo aparente, el descubrimiento del orden que estructura lo que se antoja informe, pone en evidencia sus relaciones y da sentido a lo existente, ese deseo de conocer y de entender al ser humano, sus aspiraciones y sus frustraciones, sus esperanzas y sus tropiezos, ese afán apasionado por desbrozar el barbecho del campo humano de nuestra tierra y prepararlo para que la semilla dé su fruto, el amor por el sembrador divino y la confianza en su poder milagroso, que hace brotar un reino de una semilla de mostaza, el celo de que no quede campo sin mies, ni mies sin segador, ni segador sin paga, todo esto, de continuo, a lo largo de una vida, es lo que José llama apostolado. Esa es su vida y su pasión.
Por eso su vida no se puede separar de su pensamiento, sus experiencias no se pueden desgajar de sus convicciones. Experiencias y convicciones se cruzan de continuo, trenzando una vida resistente al desaliento y a la dificultad. Pensar y existir son las dos caras de la moneda humana, y si falta alguno de los lados, es una divisa falsa. Acción y creencia son dos facetas de una misma cosa, la vida. José Díaz Rincón nos cuenta su vida en este libro.
Las experiencias y convicciones de José son profundamente cristianas. Él no es sacerdote, ni pertenece a una orden religiosa, él es seglar, trabajador y padre de familia, a su edad ya viudo y jubilado, que mira hacia atrás y nos relata la peripecia de su carrera vital. El hilo conductor de su vida ha sido la fe, la convicción de una misión que cumplir, la respuesta a una llamada que él mismo denomina seductora. Así ha titulado este relato, Me sedujiste, Señor, tomando las palabras de Isaías evocando su vocación.
La seducción es una invitación al amor. Esta historia es, por tanto, una historia de amor, pero de un amor diferente. Carnal, sí, porque exige entrega corporal, hasta el extremo. No persigue el placer, persigue la entrega. No busca la satisfacción propia, sino el bien del otro. También es espiritual, pero no es platónico, porque ama a seres concretos, reales, bien conocidos. La fuerza espiritual no viene de la sublimación, ni de la imaginación, ni del idealismo, viene de la fuerza de amar con amor de otro, más grande, que actúa en el amante como una mano enguantada, convirtiendo una frágil tela en una diestra poderosa.
La seducción de este amor llevó a José por pueblos, ciudades y países diversos, se concretó en muchas personas que se cruzaron o le acompañaron en su camino, le ha proporcionado experiencias profundas y convicciones firmes. Estos son los acontecimientos que detalla este libro.
No es éste un libro para buscar finas manufacturas literarias, ni donde encontrar documentos históricos inéditos o grandes revelaciones. Este es un libro que cuenta como un corazón sencillo se llena al darse. Una cosa tan sorprendente que no deja de ser milagrosa.