La verdad escondida
Cualquier relato de ficción que se precie de algo de calidad (también “El gran Gatsby” nos va a proponer un doble argumento, o a mejor decir, dos niveles de argumentación. A primera vista nos vamos a encontrar con lo que podríamos llamar “argumento externo”, que servirá de alimento al interés del lector y le irá guiando hasta el final de las páginas del relato. De la calidad de este argumento dependerá muchas veces la voluntad del lector para acabar la historia y será su recuerdo el que le permitirá recomendarlo a un amigo, hacer un comentario del texto o redactar una reseña literaria.
Pero detrás de este argumento externo, muchas veces astutamente escondido, podemos encontrar otro argumento, que podemos llamar “interno”, que fue el que empujó al autor a ponerse a escribir. Si somos capaces de encontrarlo podremos responder a la pregunta ¿por qué se escribió esta historia? ¿Qué es lo que nos querían contar?
El argumento externo, los personajes, el formato literario y el estilo están al servicio de esta motivación profunda. De la calidad de esta razón primera, si es culminada con éxito, dependerá la satisfacción de la lectura y la perdurabilidad de la historia. Al fin y al cabo un escritor es alguien que nos quiere contar algo.
En estos comentarios estoy intentando eludir en lo posible el argumento externo, al menos mantener intacta su sorpresa y su capacidad de interés. Descubrirlo será tarea de quien decida leer la obra. Mi intención es intentar sacar a la luz el argumento interno, la razón profunda del libro, su mensaje. Quizá no lo consiga o quizá me equivoque, pero siempre trataré de ser sincero y contar con mis palabras el porqué este u otro libro me dejó la sensación de haber escuchado a alguien contarme algo.
¿Cuál es el argumento interno de “El gran Gatsby”? ¿Qué nos quiso contar Scott Fitgerald con esta historia? El narrador es, a la vez, uno de los personajes y no escatima explicarnos por qué nos cuenta esta historia. En el primer capítulo nos habla de su padre y cómo recuerda su principal consejo: «Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien −me dijo− ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas». Desde entonces el personaje-narrador decide no juzgar a nadie y eso le convierte en el involuntario confidente de todos los inadaptados. Harto de este papel de confesor, decide mantener una rigurosa distancia con todos: «…no quería seguir escudriñando el corazón humano. Sólo Gatsby, el hombre que da título a este libro, estuvo exento de mi reacción».
Gatsby, que aparentaba ser un personaje despreciable, «que plasmaba todo aquello hacia lo que siento un tan irrefrenable desprecio», ocultaba un valor incalculable, «resultó ser un hombre de una pieza». Eso es lo que nos quiere contar, ese es el porqué de este libro.
La primera mitad del libro se extiende sobre el devenir de un mundo en continuo estado de frivolidad, donde el único quehacer es permanecer en la equidistancia entre la soledad y la compañía. Estar rodeado de gente, pero sin entrar en relación personal con ninguno. Como manifiesta uno de los personajes: “Las grandes fiestas me gustan, son tan íntimas…, las fiestas íntimas carecen de intimidad”.
Todos aparentan, empezando por Gatsby, todos ocultan algo. «El displicente y altivo rostro que ofrecía al mundo ocultaba algo; la mayor parte de las poses estudiadas ocultan algo.».
A partir del capítulo VI, el cascarón de frivolidad se va rasgando y empieza un apasionante viaje por el interior de las personas, sus recuerdos y sus deseos. Realmente ahí comienza a rodar el libro. Con habilidad el autor va mezclando pasado y presente, entendiendo que dentro de cada corazón hay una indisoluble unión entre ambos. El lenguaje de toda la novela, austero en detalles y generoso en evocaciones poéticas, obliga inconscientemente al lector a poner mucho de su parte, implicándole en la construcción del relato. La historia gira sorprendentemente y se acelera dramáticamente en la tercera parte del libro.
El lector experimenta un cambio de perspectiva, como si a mitad de una representación teatral la platea se desplazara a un costado del escenario, dejando ver lo que hay detrás del decorado, y se demostrara mucho más interesante lo que ocurre detrás que delante del escenario. El vértigo producido por este hábil cambio de perspectiva es quizá un de los grandes valores estéticos de este breve relato.
El final del libro, emocionalmente intenso, va recapitulando sobre todo lo anterior, demostrando con la fuerza de los hechos como todo lo superficial era falso y lo que era verdad quizá quedara oculto para siempre.